martes, 13 de diciembre de 2016

Los favoritos. La perversa herencia del nepotismo y el clientelismo político


No cabe duda de que la desafección es uno de los términos más utilizados últimamente a la hora de tomar la temperatura al estado de la política española. Analistas, tertulianos y los propios profesionales de la cosa pública la consideran el principal problema político, aunque con frecuencia difieran en sus causas e incluso en el mismo concepto de desafección. Hay, no obstante, un común denominador a la hora de intentar comprender ese desapego o alejamiento de los ciudadanos con respecto al sistema político que está vinculado, lógicamente, con la pésima actuación en todos los órdenes de los principales partidos durante la crisis económica. Sin embargo, se profundiza poco en las causas intrínsecas de esa ineficacia y que, indudablemente, están íntimamente relacionadas con la mediocridad del paisaje político, consecuencia a su vez de la peculiar y, al parecer, secular constitución de los partidos políticos que tienen en el nepotismo y el clientelismo su principal esencia. Hoy, el mérito y la preparación son incluso peligrosos para participar en política y así se explica la total descapitalización humana de los grandes partidos, amenazando igualmente el futuro de los llamados partidos emergentes. Porque si subleva conocer la tupida tela de araña clientelar de los nombramientos de altos cargos del último gobierno, no hay expresión suficiente para responder, por ejemplo, a la larga y descarada lista de amigos y familiares en cargos del Ayuntamiento de Madrid.
            Con independencia de las negativas repercusiones en el servicio público —dada la incompetencia y falta de idoneidad de los gestores—, esto es uno de los mayores signos de corrupción de nuestro tiempo pues representa un comportamiento insoportable en sociedades supuestamente democráticas. El clientelismo y el favoritismo, más el nepotismo como una de sus variantes, transgrede los principios básicos de moralidad pública, dejando en papel mojado uno de los pilares de la democracia como es la igualdad. Con razón decía Ángel Ganivet, precursor de la Generación del 98, con su clarividente ironía que los españoles «no podemos ser demócratas, porque queremos demasiado a nuestra familia». Evidentemente, esto no es nuevo en nuestra historia. Es una perversa herencia que nos sitúa en tiempos del Antiguo Régimen o en los más oscuros de la mismísima Edad Media, donde los favoritos y privados eran auténticos protagonistas de la vida pública.
            En esta última época es bien conocido el caso de Álvaro de Luna, valido de Juan II y auténtico rey de Castilla hasta que perdió el favor del soberano. Pero el esperpento llegaría en el reinado de Enrique IV donde la privanza, en la que el rey depositaba afecto y confianza, estaba ligada al atractivo físico y al arrojo y destreza hípica. Poco importaba la formación o la nobleza —que era un rango importante en aquella época—; bastaba la habilidad para llegar a la cercanía del rey y caerle bien. A este reinado pertenecen las luchas entre los favoritos —pues éste quiere ser siempre exclusivo y excluyente— Juan Pacheco, Beltrán de las Cuevas y Miguel Lucas de Iranzo por conseguir las mayores prebendas del reino, dejando páginas inimaginables de nuestra historia que bien podrían servir hoy de guía a Santamaría y Cospedal. Pero, sin duda, el caso más hilarante es el de Juan de Valenzuela, histriónico, bello y desvergonzado, que consigue el favor de Enrique IV merced a su osadía —fueron célebres sus escándalos de travestismo teniendo ya un alto rango— y agraciada figura. De origen humilde —su padre era calderero en Córdoba y su madre recogía leña—, llega a la corte como criado del maestre de Calatrava, divierte a Enrique IV y este le hace nada menos que prior de la orden de San Juan de Jerusalén. Pero antes, el rey tuvo que cometer el latrocinio de obligar a renunciar a su titular, Juan de Somoza.
            Por su singularidad, así como la participación en este episodio de Alonso de Fonseca, dejo aquí novelado este episodio: