A.de Nebrija impartiendo una clase de gramática en presencia del mecenas D.Juan de Zúñiga. BNE |
Si me ha sorprendido especialmente el caso del frustrado proyecto de Antonio Banderas para la creación de un centro cultural en su ciudad natal es, precisamente, que sea en Málaga donde se haya gestado ese incomprensible atropello. Porque Málaga es hoy una de las ciudades que pueden presumir de haber sabido construir un polo cultural dinámico que no solo incrementa su atractivo turístico sino verdaderamente enriquece la vida de los malagueños. Además de la reciente reinauguración del Museo de Bellas Artes —una infraestructura cultural de 18.400 metros cuadrados—, allí convive el legado de Picasso, el del Thyssen-Bornemisza, del Pompidou, de las colecciones de San Petersburgo o del arte contemporáneo en foros distintos que dialogan y se complementan entre sí de forma atractiva y ejemplar.
Leemos que la causa que ha aburrido al actor malagueño ha sido el sectarismo y la envidia pero, sin duda, este hecho se inscribe en esa corriente actual, aunque la llevemos padeciendo bastante tiempo, de la prioridad y hegemonía del Estado en la promoción y desarrollo de las políticas de actuación o animación cultural. En el modelo de Estado de Bienestar, ahora en cuestión por la crisis económica, es el sector público —recaudador y redistribuidor— el que ejerce de manera casi absoluta el papel de agente promotor y garante del desarrollo cultural, por encima de la sociedad y del mercado. Este absolutismo del sector público, al que no parece querer renunciar ni la izquierda ni la derecha —véase la no ley de mecenazgo del PP—, atenta contra la libertad y pluralidad que debe presuponerse en todo lo que lleve el apellido “cultural”, además de generar un empobrecimiento generalizado cuando no aberraciones de todo signo. Un ejemplo clarificador en este sentido lo tenemos en Córdoba, cuyo elenco de gestores públicos, tanto locales como autonómicos, brillan más por su filiación ideológica que por su cualificación en materia cultural con lo que sus carreras están jalonadas de inigualables “laureles” para su mayor honra y gloria: baste señalar la frustrada gestión de la candidatura a Capital Europea de la Cultura, sin contar en absoluto con personas e instituciones privadas como protagonistas de la creatividad, o el espectáculo del C4 (Centro de Creación Contemporánea de Andalucía), la gran apuesta de la Junta para que Córdoba fuera esa anhelada capital europea, que debía estar terminado en 2011, se inauguró en diciembre del 2016 y aún no saben muy bien qué hacer con él.
Colegio de Santa Cruz, Valladolid. Intervino Lorenzo Vázquez, protegido del conde Tendilla |
El carro de lo público no puede con todo y es necesario la participación de la iniciativa privada en la financiación de la cultura. Soy, sin embargo, escéptico fundamentalmente porque no existe en nuestro país la cultura del mecenazgo, cuando este ha sido un elemento indisoluble de la historia y evolución de la creatividad artística e intelectual. Ahora, con los recortes en cultura, podríamos estar ante una coyuntura favorable para fortalecer el mecenazgo individual y empresarial, pero no existe el atractivo fiscal suficiente, por no hablar de la escasa valoración social de la cultura. Aquí tiene escasa relevancia la figura del filántropo, aquella persona que, sin ser necesariamente millonaria, ayuda al museo de su ciudad y colabora en la programación musical del auditorio, algo habitual en Estados Unidos y en el mundo anglosajón, donde la filantropía figura como elemento esencial del currículum de toda persona relevante. Apoyar a cambio de nada, como es la figura del mecenas antiguo; asumir el «compromiso de dar» queda muy lejos de nuestra mentalidad, pero es necesario recuperarlo pues en esos ámbitos, el fomento de mecenazgo cultural hace a las sociedades más cultas, más libres y más ricas.