jueves, 18 de mayo de 2017

El caso Banderas y la cultura del mecenazgo



A.de Nebrija impartiendo una clase de gramática
 en presencia del mecenas D.Juan de Zúñiga. BNE
Si me ha sorprendido especialmente el caso del frustrado proyecto de Antonio Banderas para la creación de un centro cultural en su ciudad natal es, precisamente, que sea en Málaga donde se haya gestado ese incomprensible atropello. Porque Málaga es hoy una de las ciudades que pueden presumir de haber sabido construir un polo cultural dinámico que no solo incrementa su atractivo turístico sino verdaderamente enriquece la vida de los malagueños. Además de la reciente reinauguración del Museo de Bellas Artes —una infraestructura cultural de 18.400 metros cuadrados—, allí convive el legado de Picasso, el del Thyssen-Bornemisza, del Pompidou, de las colecciones de San Petersburgo o del arte contemporáneo en foros distintos que dialogan y se complementan entre sí de forma atractiva y ejemplar.
Leemos que la causa que ha aburrido al actor malagueño ha sido el sectarismo y la envidia pero, sin duda, este hecho se inscribe en esa corriente actual, aunque la llevemos padeciendo bastante tiempo, de la prioridad y hegemonía del Estado en la promoción y desarrollo de las políticas de actuación o animación cultural. En el modelo de Estado de Bienestar, ahora en cuestión por la crisis económica, es el sector público —recaudador y redistribuidor— el que ejerce de manera casi absoluta el papel de agente promotor y garante del desarrollo cultural, por encima de la sociedad y del mercado. Este absolutismo del sector público, al que no parece querer renunciar ni la izquierda ni la derecha —véase la no ley de mecenazgo del PP—, atenta contra la libertad y pluralidad que debe presuponerse en todo lo que lleve el apellido “cultural”, además de generar un empobrecimiento generalizado cuando no aberraciones de todo signo. Un ejemplo clarificador en este sentido lo tenemos en Córdoba, cuyo elenco de gestores públicos, tanto locales como autonómicos, brillan más por su filiación ideológica que por su cualificación en materia cultural con lo que sus carreras están jalonadas de inigualables “laureles” para su mayor honra y gloria: baste señalar la frustrada gestión de la candidatura a Capital Europea de la Cultura, sin contar en absoluto con personas e instituciones privadas como protagonistas de la creatividad, o el espectáculo del C4 (Centro de Creación Contemporánea de Andalucía), la gran apuesta de la Junta para que Córdoba fuera esa anhelada capital europea, que debía estar terminado en 2011, se inauguró en diciembre del 2016 y aún no saben muy bien qué hacer con él. 
Colegio de Santa Cruz, Valladolid.
Intervino Lorenzo Vázquez, protegido del conde Tendilla
El carro de lo público no puede con todo y es necesario la participación de la iniciativa privada en la financiación de la cultura. Soy, sin embargo, escéptico fundamentalmente porque no existe en nuestro país la cultura del mecenazgo, cuando este ha sido un elemento indisoluble de la historia y evolución de la creatividad artística e intelectual. Ahora, con los recortes en cultura, podríamos estar ante una coyuntura favorable para fortalecer el mecenazgo individual y empresarial, pero no existe el atractivo fiscal suficiente, por no hablar de la escasa valoración social de la cultura. Aquí tiene escasa relevancia la figura del filántropo, aquella persona que, sin ser necesariamente millonaria, ayuda al museo de su ciudad y colabora en la programación musical del auditorio, algo habitual en Estados Unidos y en el mundo anglosajón, donde la filantropía figura como elemento esencial del currículum de toda persona relevante. Apoyar a cambio de nada, como es la figura del mecenas antiguo; asumir el «compromiso de dar» queda muy lejos de nuestra mentalidad, pero es necesario recuperarlo pues en esos ámbitos, el fomento de mecenazgo cultural hace a las sociedades más cultas, más libres y más ricas.


Dedicatoria al Duque de Béjar
Si bien el concepto “Mecenas” comienza a utilizarse durante el Renacimiento para nombrar a los “benefactores de las artes y las letras”, o sea a quienes estimulaban y promovían las artes según su propia cosmovisión del mundo, el nombre es tomado Cayo Mecenas, amigo de Horacio y de Virgilio, y protector de jóvenes poetas en la Roma Imperial del s. I a.C. Pero también en la Grecia clásica encontramos estos mecanismos en los poetas trágicos, así como durante toda la Edad Media existe todo un proceso paulatino en el que el mecenazgo está en la base del desarrollo artístico y literario, quedando plenamente patente a partir del siglo XII. Estudios de investigación han sacado a la luz numerosos ejemplos como el referido a  Leonor de Aquitania, a la que Rita Lejeune despoja la figura legendaria forjada por los románticos y le otorga su verdadera dimensión literaria, demostrando el mecenazgo ejercido por la nieta del primer trovador entre los escritores de su época (s.XII). En España tenemos infinidad de testimonios del patrocinio de nobles, príncipes y eclesiásticos en la actividad artística y literaria. Sin ir mas lejos, Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla —cuya biografía es la base de mi novela La Salamandra púrpura—, patrocinó y cobijó a Nebrija en sus primeros tiempos, al igual que hiciera con otros lingüistas como Alfonso de Palencia. Y por proximidad, Iñigo López de Mendoza, II conde de Tendilla (1442-1515), representa en los albores del Renacimiento español uno de los modelos más acabados de aquella floración de nobles caracterizados por promover, a través de iniciativas personales o como resultado de su posición y talante, una serie de experiencias artísticas y culturales de especial significado. A través de ellas, y concretamente a través de sus relaciones con los maestros de su tiempo, es posible percibir aquello que le ha permitido aparecer como una figura clave en los procesos de tradición y modernidad que significan el paso del mundo medieval al del humanismo renacentista. En el colegio de Santa Cruz, de Valladolid, en el palacio de Cogolludo y en la iglesia del Convento de San Antonio, ambos en Guadalajara, o en la Capilla Real y Lonja de Granada, quedaron hermosas huellas de su mecenazgo a diversos arquitectos. Y prácticamente no existe linaje que no diera lustre a sus blasones con esta actividad de promoción, como base de su prestigio.
  

Dedicatoria de la obra de Góngora al duque de Béjar
Nuestros grandes escritores vivieron la tensión entre su viva y su obra, aventada por mentores y patrocinadores. En 1605, Cervantes ofrece la primera parte de Don Quijote al séptimo duque de Béjar, Alonso Diego López de Zúñiga y Sotomayor, recordándole «el buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes». Y el cordobés Góngora, entre 1606 y 1617, el poeta cordobés pulsará la cuerda laudatoria para ensalzar a distintas ramificaciones de la poderosa estirpe del conde de Niebla: el Polifemo aparece consagrado al conde (1612), y las Soledades dirigen sus pasos a otro pariente, el marqués de Gibraleón (1613-1614). 
En la corte de los Austrias, a partir de Felipe III y tras la austeridad de Felipe II, se adoptaría una línea de mecenazgo que tendría continuidad en los Borbones, significativos mecenas de la música y de las artes, descollando el siglo de las luces donde encontramos, por ejemplo, a Campomanes patrocinando inclusos a jesuitas expulsados. Ya en la Edad Contemporánea se producirá un cambio donde los protagonistas serán marchantes, coleccionistas e instituciones educativas.

En definitiva, tenemos que recuperar de manera actualizada esa tradición de la iniciativa privada, bien a través de empresas o particulares, en el centro de la dinamización cultural. Es un camino que han emprendido muchos países de nuestro entorno social, político y económico, pues, aunque no se trata de reemplazar al Estado en su obligación de garantizar el mantenimiento de las instituciones culturales, es necesaria la participación social en la vida cultural. Por su enriquecimiento, por su libertad. 

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