Hace ya unos días que viene sucediendo, aunque reconozco que ha sido difícil de reconocer ante la tumultuosa revuelta informativa sobre el tema catalán. Me refiero a la polémica entre los grupos mediáticos Vocento y Atresmedia sobre la ética informativa, en medio de la cual el diario La Razón acusa al católico diario ABC de inmoral por mantener los anuncios de prostitución. El editorial de La Razón, tras recordar que hacía años que habían renunciado a la publicidad de contactos, decía que «lo realmente alarmante e inmoral es que lo siga haciendo un periódico que se confiesa católico y que inserta el suplemento de religión Alfa y Omega, que se elabora exclusivamente con el apoyo económico del Arzobispado de Madrid. Es una situación insostenible que sus lectores deberían conocer y obligar a rectificar. No se entiende la indiferencia del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, ante esta escandalosa situación». La polémica no deja de tener su gracia, al menos para mí al recordarme que no hay nada nuevo en este sentido. Es el eterno retorno tan usado en literatura y que nos traslada a los tiempos en la que la Iglesia tenía en la prostitución, sin pudor alguno, una de sus vías de ingresos.
Desde los primeros tiempos, la Iglesia prohíbe el sexo fuera del matrimonio, pero lo ve como un mal necesario. Los padres de la Iglesia se escudan diciendo que la prostitución está mal, pero las prostitutas son necesarias. Y es así como la Iglesia permitió y promovió la prostitución, creando y dirigiendo prostíbulos eclesiásticos por toda Europa cuyos ingresos fueron notables en el crecimiento y desarrollo de la Institución. Córdoba, paradigma del poder temporal de la Iglesia, no solo en la historia sino en la actualidad es un ejemplo de proxenetismo histórico eclesiástico al mantener durante siglos el Cabildo de la Catedral las rentas de las casas de mancebía en el magro de sus ingresos. En los libros de cuentas de la catedral pueden verse aún los asientos de dichas rentas y, como publicaron mis amigos Jesus Padilla y José Manuel Escobar, los canónigos poseían, algunos incluso a título particular, tabernas, mesones y boticas en las que se ejercía manifiestamente la prostitución, siendo muy conocidos los mesones de la Paja, de la Alfalfa o Madona, propiedad del Cabildo catedralicio durante toda la baja Edad Media. En Córdoba era esto tan conocido que se popularizó la expresión «putas de canónigo» para designar a las que ejercían en la boticas o mesones del cabildo eclesiástico y que el vulgo pronto le añadiría la cualidad de la excelencia por ser las mejores, las más controladas en su higiene y sanidad, y las más caras; vamos, las scorts o putas de alto standing medievales.