Estas formas de expresión gozaron de una gran difusión entre el pueblo y fue asimilada por los poetas y por la Iglesia, conscientes sin duda de esa tremenda popularidad. De ahí que esta asimilación se haga respetando el propio carácter del villancico, es decir, su temática popular y su lenguaje vulgar.
La introducción del villancico en las iglesias no se produjo hasta el siglo XVI, generalizándose su práctica a lo largo del XVII mediante la suplantación de los Responsorios de los oficios litúrgicos de Maitines por villancicos en lengua vernácula. Incluso el canto en latín de la Kalenda —que era la recitación cantada de la genealogía de Jesucristo—, que gozó tradicionalmente de una gran solemnidad, es suplantada en el siglo XVII por el villancico con texto vulgar.