Estas formas de expresión gozaron de una gran difusión entre el pueblo y fue asimilada por los poetas y por la Iglesia, conscientes sin duda de esa tremenda popularidad. De ahí que esta asimilación se haga respetando el propio carácter del villancico, es decir, su temática popular y su lenguaje vulgar.
La introducción del villancico en las iglesias no se produjo hasta el siglo XVI, generalizándose su práctica a lo largo del XVII mediante la suplantación de los Responsorios de los oficios litúrgicos de Maitines por villancicos en lengua vernácula. Incluso el canto en latín de la Kalenda —que era la recitación cantada de la genealogía de Jesucristo—, que gozó tradicionalmente de una gran solemnidad, es suplantada en el siglo XVII por el villancico con texto vulgar.
En Córdoba tenemos el ejemplo de esta doble asimilación en la persona de Góngora, en su calidad de poeta y racionero de la catedral, que cultivó con frecuencia el villancico, y del que sabemos que solo en la Navidad de 1615 escribió nada menos que diez villancicos que fueron cantados en la Iglesia Catedral de Córdoba.
Si el tema navideño fue tratado por muchos contemporáneos a Góngora, él lo hace con unos matices que le diferencian claramente del resto. Respeta su origen popular y utiliza la forma tradicional de romances y letritas, en las que intercala estribillos plenos de una sorprendente y graciosa armonía. A su vez, los personajes que intervienen en sus villancicos son una representación del mundo social de su Córdoba y su Andalucía. Pastores, castellanos, portugueses, moriscos, judíos, gitanos, negros —abundaban los esclavos negros en Córdoba en ese tiempo—, etc., deambulan por sus letras y todos tienen algo que decir. Sería muy largo estudiar el tema del villancico gongorino, pero no me resisto a traer a colación algunas estrofas de villancicos como mero ejemplo del respeto de Góngora por lo popular, tan enraizado con la Navidad. En este ejemplo vemos cómo en el villancico que narra el paso de los gitanos hacia el Portal, utiliza su propio lenguaje:
«Pisaré yo el pélvico
menudico
pisaré yo el polvó
y el prado»
Adoración de los pastores. Murillo |
O este otro en el que, de manera simpática, hace desfilar ante el Nacimiento a los negros con su peculiar manera de hablar, mezcla de castellano, portugués y palabras de dialectos africanos, definiendo este curioso grupo social de la época:
«¡Oh, que vimo, Mangalena!
¡Oh que vimo!
¿Dónde primo?
No portalo de Belena»
«Caído se le ha un Clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno
porque ha caído sobre él!…»
Adoración de los Reyes. Velázquez |
Estas características de los villancicos de Góngora han sido una de las constantes de los villancicos andaluces, en los que están ausentes las ideas y filosofías complicadas, y donde solo existe un diálogo llano, ingenuo y simple de los distintos personajes que componen la escena del misterio con el Niño Dios; personajes que, como hemos visto, no solo son los relatados por los Evangelios, sino que son también tipos y arquetipos de nuestra sociedad. La imaginación popular trasplantada la cueva de Belén a cada pueblo de nuestra geografía, de ahí que los personajes tengan nombre y apellidos.
Incluso los villancicos de la catedrales que musicalmente alcanzan el grado de polifónicos, conservan estos rasgos. Este es un párrafo de un villancico que se cantó en la Iglesia Catedral de Córdoba en la Navidad de 1821, en el que se narra la ofrenda de dos pastores:
«Pasqual con Antón Gilberto
vienen al Niño a adorarle,
y cada qual de su aprisco
una fineza le trae.
Gilberto a ofrecerle viene
un cabritillo arrogante,
y Paqual con su cordero
viene de ancho, que no cabe»
Los temas costumbristas, tradicionales e incluso históricos relacionados con la Navidad llenan los villancicos propios de cada pueblo que, en su mayoría, se han transmitido por vía oral de generación en generación. Y, en este sentido, no acabaríamos nunca con los ejemplos; pero baste como botón de muestra los recogidos por Ramón Medina, de los que entresacamos algunas líneas del titulado «El Portillo» que hace alusión a la época en la que en Córdoba vivían cristianos y musulmanes:
«El barrio de la Ajerquía
no debe pisar el moro,
que esta noche es de alegría
para el cristiano un tesoro.
Ni las barriadas del río
debe cruzar el infiel,
que suenen a su albedrío
la zambomba y el rabel»
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