martes, 3 de mayo de 2016

La Córdoba tolerante, o la revisión del mito





El tópico acerca del tema de las tres culturas y de la tolerancia sigue estando de permanente actualidad a pesar de su dimensión popular, adquirida hace ya un tiempo. Pero quizás no esté de más revisar el fenómeno de los tópicos porque —como decía Unamuno—, es la mejor manera de eludir su maleficio. De ahí que no venga mal, aunque sea tarde, el reciente congreso organizado por la Universidad de Córdoba bajo el tema “Córdoba, ciudad de encuentro y diálogo”, pues, aunque en principio nos pudiera parecer que el congreso refuerza la imagen icónica de la ciudad, sus resultados científicos tienden a poner la cosas en su sitio. Y me quejo de la tardanza porque, ciertamente, la comunidad científica, y especialmente la Universidad cordobesa, ha mirado con frecuencia para otro lado siempre que arreciaban los vientos apologistas de la cultura islámica en su tarea de mistificación de al-Andalus.

Los años 80 fueron fecundos en esta tarea constructora. Con motivo del XII Centenario de la Mezquita de Córdoba (1985-86) se proclamó hasta la saciedad el mensaje de la tolerancia de la Córdoba musulmana, convirtiéndose la ciudad —por esos méritos históricos que se le atribuyen— en símbolo indiscutible de entendimiento y diálogo interreligioso. Nadie le discutió el título, ni en las aulas ni en los medios de comunicación, y el mito fue creciendo de manera inconmensurable. Fiel exponente de esta corriente sería la celebración del Encuentro Internacional Abrahámico, en 1987, bajo los auspicios del Ayuntamiento comunista y dirigido por el filósofo francés Roger Garaudy, convertido al islamismo, quien proclamaba que Córdoba debía “volver a ser el punto de concentración permanente de las tres familias espirituales de tradición abrahámica: judía, cristiana y musulmana”. Y, en este contexto, no puedo dejar de evocar mi intervención de entonces como espontáneo, aunque fuera a la fuerza.


Era una mañana de febrero de aquel año, ya en los prolegómenos de la celebración del mencionado Encuentro, cuando el obispo Infantes Florido entraba en la sede de CajaSur para cumplir con su rito diario de tomar café con el presidente Castillejo. No portaba su habitual sonrisa campechana y, al cruzármelo en las escaleras, me soltó: «niño, ya has visto lo que hay; subliman la cultura islámica para denigrar la cristiana. Mañana organizarán un congreso sobre la Inquisición…». No recuerdo mi respuesta ni las noticias de prensa de ese día, pero no cabe duda de que andarían en torno a las soflamas tópicas que venimos mencionando. Al terminar la reunión, Castillejo me llamó a su despacho y me amplió las causas del enfado del obispo: no habían contado con él para participar en el Encuentro y los representantes del cristianismo eran todos miembros de la Teología de la Liberación, enfrentados con Roma. Pero lo que más le había dolido era el silencio de los intelectuales católicos «ante tamaño atropello». Castillejo se veía así en la obligación de salir al ruedo en desagravio de su obispo y esa era la causa de que me informara con tanto detalle: me pedía —en las formas, pero en el fondo me mandaba— hacerle un artículo de prensa en el que se desmontara el pasado “islámico tolerante”. Como era mi obligación, lo hice con absoluto rigor histórico, utilizando las fuentes entonces conocidas y, ateniéndome al cliente, condimentando el discurso con un cierto tono prosélito. Al día siguiente, Castillejo, tras leer el artículo, entró en una especie de trance: se quedó en silencio, con la mirada perdida. Yo me atreví a romper aquel extraño mutismo, temiendo alguna contrariedad. «No, no. El artículo está muy bien, pero yo no puedo salir con esto en la prensa… Es mejor que lo firmes tú». Pero yo no soy nadie —le objeté—, no soy conocido y, para conseguir el objetivo que pretende el obispo, debe firmarlo alguien con cierta notoriedad. «Tú eres correspondiente de la Real Academia de Córdoba —me contestó—. Firma con ese título». No hubo alternativa, por más que lo intenté, y tuve que enviar el artículo —que titulé “La utopía de la tolerancia musulmana”— al Diario Córdoba, quedando por otra parte en evidencia la orfandad intelectual en la que vivían los católicos cordobeses.




Hoy, liberado de esas servidumbres, leo con cierto rubor aquellas líneas, pero me reafirmo en los argumentos deconstructivos utilizados, ratificados ahora por los investigadores auspiciados por la Universidad de Córdoba, lógicamente, con mayor solvencia científica. Yo partía desde el mismo corpus jurídico que contemplaba la existencia del cristianismo y del judaísmo bajo la supremacía musulmana, ya de por sí degradantes para estas comunidades, pues no se puede hablar de tolerancia cuando se convierte a una población libre en un grupo social de segunda categoría, al que se le otorgan graciosamente ciertos derechos, pero no se reconocen los derechos personales fundamentales; no hay tolerancia si se autorizan los cultos pero se menosprecia a las personas. Citaba el texto de San Eulogio —“la caída de una hoja nos hacía temblar de temor”—, que gráficamente describía el clima de terror y persecución que se desata en la primavera del año 850, y refería las persecuciones de Ibn Nasarra, Averroes, Maimónides, Ben Hazam…, como ejemplos paradigmáticos de que los disidentes pagaban con el destierro o la muerte.

La historiografía actual ha puesto suficientemente de relieve el abuso y la presión fiscal a la que eran sometidos los dimmis —cristianos y judíos que vivían bajo la protección del gobernante musulmán— y cómo la población autóctona siguió siendo discriminada incluso después de su conversión al islam, demostrando igualmente que la islamización no fue un proceso derivado de la influencia cultural, sino de las condiciones económicas, políticas y sociales que se imponen a la inicial mayoría cristiana.

La supuesta tolerancia islámica es reiteradamente refutada por la historia de la dimmitud, cimentada más su invención en los viajeros extranjeros que llegan a España a finales del siglo XVIII y el XIX subyugados por el exotismo oriental, aventada por interesados apologistas —aún estudiados en la universidades españolas—, y sostenida por razones meramente políticas. Y quizás tenga razón el profesor Monferrer-Sala cuando dice que la superioridad cultural de Al Andalus respecto al resto de Europa fue tan apabullante que generó una construcción histórica «general que no es real». «Con una parte real, hemos construido un todo, pero el todo es imaginario». En esta línea se manifiesta Saéz Castán al asegurar en su tesis que la «civilización andalusí es creación histórica, donde entra en juego la libertad, el acierto y el error, los logros y los fracasos; no es la plasmación necesaria de un mundo simbólico “suprahumano”».

Bienvenidas sean iniciativas revisionistas como la de este congreso universitario cordobés, pues desde el rigor, la independencia y la objetividad podremos hacer que el mito se desvanezca y baje del mundo de lo imaginario a la realidad. Todo esto no quiere decir que renunciemos a la herencia y al legado de la cultura andalusí, presente de manera enriquecedora en nuestro acervo cultural, sino que únicamente nos sumamos a quienes hoy, frente a la manipulación interesada, pretenden derribar aquellos mitos, como el de la tolerancia en la Córdoba musulmana, que tanto obstaculizan la difusión de la autentica historia.







1 comentario:

  1. El mérito de la historia estimado D. Luis Enrique, es que nos permite a la gente actual analizar los procesos del avance de los seres humanos a lo largo de los siglos cotejando datos escritos.
    Si Vd. me lo permite, quisiera aportar mi opinión al respecto ya que Córdoba es una ciudad que me toca de cerca, como a tantas otras personas.
    Córdoba tolerante, ejemplo de convivencia entre distintas culturas.
    Esa afirmación nos obliga a pegar un vistazo a la historia que nos tocó vivir como pueblo, a partir de que nos invadieran los ejércitos de Tarik y Muza allá por el año 711 de nuestra Era.
    Y filtrar con el presente aquel pasado, para ver que nos queda encima de la mesa como hacen los científicos, mirando por el microscopio.
    El cristianismo ya estaba en la Península desde la época romana, y en el año 622 se puede decir que nace el Islam de la mano se su profeta Mahoma. Pugnando las tres religiones monoteístas existentes; Judaísmo, Cristianismo y el Islam por convertirse en la única verdadera.
    Y de aquellas pugnas teológicas nos llegaron las invasiones que nos dejaron casi un milenio en nuestra tierra, de cultura Islámica.
    Siendo Córdoba como Vd. muy bien sabe, la capital más importante de su época en avances de todo tipo, la medicina entre ellos. Pues no era raro entonces que algunos prohombres de los reinos adyacentes acudieran a estudiar a sus universidades y escuelas.
    La Reconquista española termina con los Reyes Católicos el 02/01/1942 y se empieza un período de unificación nacional, desandando el camino que los reinos mahometanos iniciaron 781 años antes, siendo en Córdoba capital uno de los centros principales, en donde a modo de ejemplo se impone la nueva norma de acatamiento ejemplar a la Fe Cristiana ya existente.
    Cultura y Credo cogidos de la mano, economía y familias, progreso y futuro, gobierno establecido. Política y Credo.
    La Mezquita en Catedral.
    Simplificado en personas que viven el proceso de sus vidas en cada momento de la historia siendo fieles a su existencia.
    El camino recto, la perfección individual, la humildad ante un Creador al que se le llama Dios, que por ser único debe ser el mismo, sin un género o número conocido pues solo somos humanos, y sujetos a las contingencias de nuestra humilde existencia en este planeta, que llamamos Tierra.
    Córdoba como Europa, como todo el mundo, es y fue un lugar de convivencia entre personas de diferentes culturas, unidos por la necesidad de convivir en su tiempo como criaturas civilizadas.
    Solo el fanatismo cruel y la insolvencia del engaño ante la ignorancia de las gentes se quedan fuera de lugar.
    Cuando el historiador como un científico analiza los hechos desde la distancia y ve las tropelías que se cometen en nombre de la Divinidad, cuando solo se persigue la idolatría del dinero y el ansia del poder.
    O la vanidad de figurar en cualquier evento, con el nombre sobresaliente como alguien relevante por encima de la promulgada humildad del Credo.
    Obviando la Fe, la Esperanza y la Caridad sin apellidos.

    Un saludo apreciado Luis Enrique.
    Juan Martín.

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