Juana Pimentel. Retablo de la capilla de Santiago. Toledo |
Hija del II conde de Benavente, se
casó muy joven, con diecisiete años, con el condestable viudo de doña Beatriz
de Portocarrero, que ya rondaba los cuarenta. Fue, en principio, un matrimonio
de conveniencia pues don Álvaro aprovechó la oportunidad de reforzar la alianza
con el también poderoso conde, con el que ya le unía cierta afinidad política.
Pero el vínculo fomentado durante los
trece años que estuvieron casados superó la fuerza derivada de una mera
transacción, a juzgar por la energía con
la que Juana exhibió su fidelidad a la memoria y al legado de su marido. Porque
fue precisamente con la prisión y muerte de don Álvaro cuando emerge su
protagonismo personal y político, luchando contra la injusticia, contra reyes y
nobles, poniéndose además el mundo por montera, despreciando los usos y
costumbres impuestas por la moral social establecida.
Castillo de Escalona |
A principios de abril de 1453 es apresado por orden real el condestable don Álvaro de Luna, confiscándosele además todos sus bienes y dominios, lo que era sin duda parte importante en el objetivo de la operación de derribo del condestable. A mediados de mes, el rey, que ambicionaba apoderarse del fabuloso tesoro que se creía guardado en el castillo de Escalona, pensaba que todos los dominios se le entregarían sin dificultad, pero no contaba con la respuesta de Juana Pimentel que, con su hijo Juan de Luna, recurrieron a las armas y se encastillaron, precisamente, en el inexpugnable castillo de Escalona. El rey manda poner cerco al castillo y conmina a Juana y a su hijo a deponer las armas, rendir el castillo y hacerle el debido «juramento e pleito e homenaje que en esta razón yo tengo ordenado». Pero esta respondió con una carta protestando de la crueldad de la prisión de su marido, reafirmándose en su voluntad de resistir con las armas, llamando en su defensa al papa, a los príncipes cristianos y «hasta a los moros y los diablos, si fuera preciso», lo que provocó la cólera del rey. «Vi un escripto lleno de toda blasfemia e deslealtad e non menos deshonestidad e orgullo e loca sobervia …, firmado de vuestros nombres, sellado con vuestros sellos …», le replicó Juan II con fecha de 22 de mayo, calificando además el contenido de la reacción de doña Juana «como imprudente e desvergonzada e perversa e desonesta e deslealmente, e contra toda verdad en vuestro escripto se contiene…», refiriendo en otro lugar «la malvada e facinerosa e esecrable e deslealtad e traición heréticamente conminada por vuestro escripto…». El 3 de junio sería ejecutado don Álvaro de Luna y el mismo rey, en otra carta fechada el 18 de junio en el real de Escalona, es decir en el sitio y asedio de la fortaleza, da cuenta de la resistencia de Juana Pimentel y su hijo, que siguen «alzados e rebellados en mi deservicio en la villa de Escalona e han fecho e fasen della guerra e otros males e daños… aun lanzando piedras con bombardas e saetas con yerva e con culebrinas, e serpentinas contra mi persona real e contra los que conmigo están…».
La ejecución del condestable, sin
duda, mermaría la resistencia anímica de la condesa, precipitándose el acuerdo,
que no rendición incondicional, según vemos en dos cartas expedidas por Juan II, todavía desde el real de Escalona
el 23 de junio de 1453. En ellas se disponía que Juana Pimentel y su hijo
entregasen al monarca la posesión de la villa de Escalona, las dos terceras
partes del tesoro custodiado en su fortaleza y se comprometiesen a la rendición
de algunas plazas, como Trujillo o Alburquerque, además de reconocer la autoridad del rey. A
cambio, alcanzarían su perdón —que otorga con fecha 28 de junio— y el
reconocimiento de sus derechos sobre gran parte de sus propiedades.
A pesar de la merma
patrimonial, Juana siguió siendo una de
la mujeres más poderosas del reino, provocando recelos entre la nobleza no solo
por sus posiciones políticas, contrarias a la facción del rey Enrique IV, sino
especialmente por su licenciosa vida al hacerse amante nada menos que del
marido de una bastarda de don Álvaro de Luna. Por ello, el cronista Palencia dejó
dicho de ella que «ni temía
ser la rival de su hijastra, ni se avergonzaba de cometer adulterio con el
yerno de su marido ajusticiado». Poder que se acrecentó con la prematura muerte
de su primogénito, convirtiéndose en la tutora de su nieta María de Luna, a
cuyas manos fue a parar toda la herencia del condestable. Desde entonces, y de
un día para otro, pasó a gestionar y controlar un patrimonio que incluía el
condado de San Esteban de Gormaz, Soria, Montalbán y, sobre todo, el Infantado
de Guadalajara. Demasiado para no activar la codicia de los grandes nobles,
como así ocurrió con el nuevo valido real, el marqués de Villena que,
obsesionado con heredar el poder que tuviera don Álvaro, quería también
igualarlo en riqueza patrimonial. Así, con el apoyo y refrendo real, decidió
casar a su hijo Diego con esa niña, tomando para él la herencia.
Castillo de Montalbán |
No hace falta detenerse en el odio
que, de nuevo, la condesa aventó en el rey Enrique y en el marqués, su
ambicioso y atrabiliario valido. Juana Pimentel fue condenada por sus “escesos
e rebelión e desobediencia e otras cosas fechas en mi deservicio e daño de la
cosa pública de mis regnos” a pena de muerte y confiscación de todos sus
estados y bienes. En 1462, en febrero, el rey la perdonó, remitiéndole la sentencia
de muerte y concediéndole un juro de heredad de 125.000 maravedíes “por que
ella tenga con que se mantener”. A partir de ahí Juana firmará sus cartas
con la rúbrica de “la triste condesa”, aunque pienso que más que
expresar su verdadero estado, era una muestra más de su irónico eufemismo con
el que mostraba su displicencia hacia sus enemigos.
Después
de estos intensos acontecimientos, y como escribe Betsabé Caunedo del Potro, Juana Pimentel se retiró de la vida
pública y buscó refugio en casa de los Mendoza de Guadalajara. Y allí, junto a
su hija y su yerno, transcurrirían los últimos años de su azarosa y larga vida.
Ellos fueron sus herederos y los que costearon los gastos de los bellos
sepulcros en jaspe de la condesa y su esposo en la capilla de Santiago de la
Catedral de Toledo.
Juana Pimentel murió en Manzanares
el 21 de diciembre de 1488. Dicen sus hagiógrafos que sin olvidar los agravios
que le hicieron Juan II, Enrique IV y el linaje de los Pacheco; pero nosotros
añadimos que acabó sus días sin perder el orgullo de haberse mantenido erguida
frente a los poderosos que la creyeron presa fácil por ser mujer. Sin duda, ella era una de esas «muchas
mujeres que han resplandecido en la virtud», como escribiría un día su marido
el condestable don Álvaro de Luna en su Libro de las virtuosas y claras
mugeres. Porque tengamos en cuenta que
el sustantivo virtus,
en el contexto temporal de la Edad Media, debemos traducirlo como vigor,
madurez, valor, entereza, eficacia, mérito y excelencia.
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