Alfonso Castilla: «Estamos ante la trepidante historia de un hombre singular, culto y apasionado, enfebrecido por la ambición de poder»
Durante la reciente celebración de la Feria del Libro en Córdoba tuvo lugar la presentación del libro «La Salamandra púrpura», de Luis Enrique Sánchez, publicada por la editorial Utopía Libros. En el acto, celebrado en el salón del Centro Cultural San Hipólito, intervinieron el editor, Ricardo González, Salvador Blanco, vicepresidente de la Diputación Provincial, el autor y Alfonso Castilla, presidente de Andalucía Económica, quien presentó la obra y cuyo texto reproducimos a continuación:
… Hace tres años que soy lector de las publicaciones de
UTOPÍA y tengo que felicitar a Ricardo González Mestre por el entusiasmo, el
tesón, y el cariño que con muchas dificultades está cubriendo un espacio
editorial que Córdoba necesita. Gracias Ricardo.
De Luis Enrique sabía de su
profesionalidad y de su especial habilidad en el ámbito de la comunicación
institucional y empresarial, donde la palabra es instrumento determinante para
crear una imagen social positiva y atractiva de la empresa o institución a la
que se representa. Conocía, además, su
trayectoria académica en el ámbito de la investigación archivística, pero
confieso que me sorprendió la calidad de su dimensión literaria cuando se
atrevió a darla a conocer en El Tesorero
de la Catedral. Una calidad, evidente en la riqueza de vocabulario y sus
formas expresivas, que corroboró con Espectros
en Trassierra y que llevó al crítico literario Antonio Moreno Ayora a
situarlo en el Olimpo de escritores cordobeses contemporáneos. Hoy, nos
confirma todo lo que presumíamos con esta nueva entrega, la Salamandra púrpura: una obra definitiva,
de plena madurez, en la que solventa con naturalidad y brillantez las
dificultades que siempre entraña abordar la construcción de una novela en torno
a la biografía de un personaje tan complejo, en una época tan turbulenta como el siglo XV.
Perspectiva del salón de actos |
Pero sus obras no utilizan la
historia únicamente como telón de fondo, como si fuera un paisaje sobre el que
discurren los personajes, sino que le imprime la impronta personal de la
investigación, de la exhaustiva documentación sobre personajes y lugares, que
visita y recorre personalmente, consiguiendo una riqueza visual y tal cúmulo de
detalles que nos introduce de lleno en aquel tiempo, en aquellos lugares donde
tiene lugar la peripecia vital de su protagonista, Alonso de Fonseca. De este
modo, la lectura de La Salamandra,
irremediablemente, nos hace vivir desde dentro los avatares de aquella corte
convulsa e intrigante. Porque la novela nos cautiva, nos conquista con su
deleite verbal hasta hacernos creer que esa historia no es de papel, sino que
es la realidad y que estamos viviéndola a la vez que sus personajes.
Intervención de Alfonso Castilla |
Contribuye notablemente a su ambientación el uso del
lenguaje de la época, con el que el autor está familiarizado tras años de
lectura de los textos originales en archivos catedralicios. Y este arcaísmo en
el léxico, que en principio podría parecer como una dificultad para el lector,
se convierte en sus manos en un elemento enriquecedor, nada vanidoso, que
autentifica, además, a esta novela como testimonio elocuente de aquella
realidad histórica, el siglo XV y más concretamente el reinado de Enrique IV,
caracterizada por la corrupción y la rapacidad de la nobleza, insaciable
siempre a la hora de acaparar rentas, mercedes y señoríos.
Partiendo del castillo de Coca —uno de los castillos
mudéjares más bellos de nuestro país—, la acción cabalga a la par de aquella
corte viajera e inquietante, donde Fonseca es el condimento indispensable de
todos los contubernios. Valladolid,
Segovia, Madrid, Córdoba, Sevilla, Béjar, Toro…, son algunos de los
exteriores de sus escenas, desarrollándose sus interiores en palacios,
alcázares y castillos. De la corte sale esporádicamente en episodios tan
extravagantes como su propio protagonista. Tal es el asedio y conquista de Santiago de
Compostela, que dirige personalmente Alonso de Fonseca, o la persecución a la
que somete a su propio sobrino —en cuyo empeño llega con su ejército hasta los
arrabales de Sevilla—, sin dejar de mencionar la huida de la reina Juana de
Portugal de uno de sus castillos, descolgándose por las murallas. Peripecia real, en su doble sentido, que hace
bueno el dicho popular de que la realidad supera a la ficción.
Estamos ante la trepidante historia de un hombre singular,
culto y apasionado, enfebrecido por la ambición de poder y temeroso, a la vez,
a los avatares que le tiene reservados la diosa Fortuna. Este supersticioso
temor reverencial era muy común en los hombres de la época, incluso en los que
se presuponía formación intelectual o religiosa, pero en la atmósfera en la que
vive Fonseca, donde la delación y la traición eran moneda de uso corriente, es
aún más natural que la rueda de la diosa girase con especial insistencia,
situándolo unas veces arriba, en la cúspide, para dejarlo caer en cuanto los
vientos se mostraran esquivos. A pesar de ello, luchará siempre para revertir
su suerte, sin reparar en reservas éticas, morales o religiosas. Para él, el
fin justifica sobradamente los medios, y no tendrá empacho en cebar la mecha de
una guerra civil en Castilla si, de esa manera, salva su cabeza, recupera sus
bienes y vuelve a su preeminencia social y política. Y será, sin duda, la capacidad que muestra para
hacer frente a la fortuna —donde no se excluye el engaño, la maldad o la
crueldad—, una de las principales razones de su éxito político y personal.
Público asistente a la presentación del libro |
Señor
feudal, guerrero, arzobispo fundador de una dinastía de arzobispos al más puro
estilo de los Borgia; mecenas, amante apasionado e instigador de múltiples
maquinaciones en la corte, el protagonista de La Salamandra es el prototipo de prohombres pre-renacentistas, lo
que es un aliciente para el novelista al encontrarse con un fascinante
personaje de infinidad de perfiles. Nuestro autor explota con habilidad esos
recursos, esas posibilidades, envolviéndonos en el rico universo de hechos,
emociones y fantasías de Alonso de Fonseca, en el que queda claro —entre otras
cosas— que la carrera
eclesiástica es una mera plataforma desde la que alcanzar el poder y la
influencia ante nobles y reyes, como lo evidencia el hecho de que apenas resida
en las sedes que regenta, de las que únicamente le interesa sus cuantiosas
rentas, utilizándolas incluso caprichosamente como moneda de cambio. En
consecuencia, y como hombre de su tiempo, el celibato
no entra entre sus virtudes, deambulando con frecuencia en las páginas de la
novela rodeado de mujeres, como doña Guiomar de Castro o Beatriz de Bobadilla,
obsesionado siempre con la reina Juana de Portugal.
El
libro, en definitiva, una historia tan tragicómica como atractiva, es también
una toma de posición del autor frente a la corrupción moral y social, una
rotunda reprobación de esa vil prostitución del estado sacerdotal en pos del
poder y la riqueza, y la denuncia del imperio del individualismo en detrimento
del bien común. Lo que viene a poner en evidencia que, en nuestro autor, es
imposible separar su esfera personal de la creativa, siendo siempre consciente
de la responsabilidad ética que conlleva el carácter divulgativo y comunicativo
de una obra literaria.
No
puedo evitar recoger la pregunta que se hace Alfonso de Palencia: «¿cómo podría
ser que los poderosos no se conformen con dominar el mundo hoy ,en el presente,
sino que además quieran asegurarse el dominio de la historia, de la posteridad?».
Con
mi sincera y entusiasta felicitación al autor, he de confesaros que la lectura de
La Salamandra púrpura me ha producido
un verdadero placer, hasta el extremo de que al terminar me acordé de la aspiración de García Márquez:
«Escribo para
que quieran más …». Pues bien, no quiero tardar mucho en leer «más»… obras de
Luis Enrique Sánchez.
Gracias.
Alfonso Castilla Rojas
Presidente de
Andalucía Económica
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