Hace poco tiempo, casi a la
vez que iniciaba la aventura de este blog
otoñal, tuve la oportunidad de ver la serie de la televisión danesa
“1864”, basada en la novela Slagtebænk
Dybbøl del historiador y periodista Tom Buk-Swienty, que gira en torno a la
Guerra de los Ducados donde chocaron los nacionalismos danés y germánico. No
soy especial consumidor de series televisivas, pero ésta me atrapó de manera
ineludible, envolviéndome en la atmósfera creada por la maravillosa fotografía,
la brillante banda sonora del compositor americano Marco Beltrami, la belleza y
sensibilidad de un texto que emerge sobre la frialdad del tono danés
característico, así como por el rigor con el que están tratados los hechos históricos.
La espectacularidad y el realismo con el que se desarrollan los movimientos de
masas, las explosiones, las batallas, así como la historia amorosa que enhebra
el drama en tiempos de guerra, no me han impedido, sin embargo, quedar
igualmente cautivado por el desarrollo de la personalidad del iluminado y
mesiánico primer ministro D.G. Monrad, teólogo que terminaría siendo obispo,
empeñado en ir a la guerra a pesar de la evidente inferioridad danesa frente al
todopoderoso ejército prusiano. Y todo por un exaltado y delirante nacionalismo
que no tiene empacho en mandar irracionalmente a miles de jóvenes al matadero
con tal de satisfacer un fatuo patriotismo.