martes, 5 de enero de 2016
Los Incendios del Norte en Invierno y la Ecología Medieval Cordobesa
La dantesca e incomprensible actualidad de los incendios invernales, que estas navidades han arrasado miles de hectáreas de bosque en Asturias y Cantabria, estuvo presente en nuestra tertulia de la Taberna de San Bernabé, en Marbella. Y en este tema, lógicamente, fue autoridad nuestro amigo José Luis, el “Guaje” de la reunión, quien nos hizo la observación de que los políticos y legisladores nunca se habían atrevido a señalar nítidamente a los ganaderos como principales instigadores de este atentado contra la naturaleza, cuando en su tierra “todo el mundo lo sabe”. Posteriormente, conocería la denuncia de la Fundación Naturaleza y Hombre que corroboraba el aserto del “Guaje”, pues ponía el dedo en la llaga al denunciar abiertamente que estos incendios tienen “un origen mayoritariamente ganadero, pues para la obtención de pastos tiernos, cada año se recurre a esta técnica insostenible de quemar de forma incontrolada los montes, con una práctica ya asumida como tradicional, pero completamente insostenible e ilegal". Yo, en aquellos momentos de nuestra reunión, hablando de memoria, le dije a José Luis que las ordenanzas medievales de Córdoba ya tuvieron en cuenta ese matiz, prohibiendo que el ganado entrase en las zonas de la sierra que habían sufrido un incendio, sin duda como medida preventiva y disuasoria, lo que aproveché para ponderar la precursora sensibilidad ecologista de mi tierra ya desde los oscuros de la Edad Media.
Con más detenimiento, volví al texto de las Ordenanzas del Concejo de Córdoba de 1435, en la edición que publicó Manuel González Jiménez en 1975, y refrescar aquellas disposiciones que, en su momento, me hicieron dudar de la contundente aseveración que hiciera Jacques Le Goff, para quien las gentes de la Edad Media llevaron a cabo una “cruel explotación” del “generoso bosque”. Porque, efectivamente, el bosque —la sierra o bosque mediterráneo, en el caso cordobés y andaluz— se aprovechaba intensivamente porque era una fuente extraordinaria de recursos imprescindibles para la vida de entonces (caza, frutos, miel, pastos, madera, leña, carbón, cenizas, etc.); pero por eso mismo era fundamental su preservación. Y el grado de dependencia de Córdoba respecto a su medio natural más sobresaliente —de una belleza y feracidad desconocida para la mayoría de los que nos visitan—, lo observamos en el altísimo nivel de dureza de las penas que imponen las ordenanzas contra los infractores, donde se incluye incluso la muerte. En la Hordenança de la corta e quema comienza diciendo «Que no se arriende la corte e quema. Lo primero, que la renta de la corta e quema que en ninguna manera no la arrienden, e sy aquellos que los ombres buenos pusyeren por guarda deste fecho e fallaren a alguno que quema en Pedroche, que lo puedan prender e trayan preso, e los alcaldes que lo penen e castiguen, segund el daño que fiziere, e avn que lo manden matar sy tanto e tal e tan malycioso fuere el daño que fiziere».
Exime de culpa a los guardas que matasen a los que «fueren fallados cortando o quemando», y se resistieran con las armas, del mismo modo que autoriza a la detención de los que «se fallaren cercanos de los fuegos dañosos» y «puestos a tormento» si existe presunción de culpabilidad. Obliga a los habitantes de un pueblo, en cuyo termino se produzca un incendio, a salir «todos a campana repicada a matar el fuego e a prender los que lo pusieron». Y, lógicamente, existe todo un elenco de disposiciones encaminadas a la disuasión de provocar el incendio para beneficiarse de sus consecuencias, como la prohibición de hacer carbón, picón o recoger cenizas en terrenos quemados, teniendo el ganado y los ganaderos una significación especial en este sentido.
En orden de prelación, la relación ganado e incendios ocupa un lugar preferente pues ocupa el segundo lugar en el articulado, tras las penas. Sin embargo, existe una diferencia con respecto a las motivaciones incendiarias de los ganaderos del norte, pues aquí no se habla de regeneración de pastos y, aunque el ganado entraría en las tierras quemadas para aprovechar los brotes y ramones no calcinados totalmente, el argumento de la prohibición trata de evitar el daño que produciría el ganado en esas zonas, como pudiera ser el incremento de la erosión del terreno o la modificación y entorpecimiento de la regeneración de la cubierta vegetal:
«Otrosy, por quanto viene daño en los quemados por entrar los ganados en ellos quando entran en las quemadas, por ende mandamos que los pastores o señores de los ganados non metan oveias nin cabras ni puercos en ellas desde el día que se quemaren fasta treinta días primeros siguientes…». En otro capítulo manda que «los ganados que adouieren en Pedroche de Albacar en adelante que non entren en quema, saluo sy por pasada ovyeren de yr de un lugar a otro que no lo pudieren escusar…». Pero señaladamente a los ganaderos advierte de su dejación y falta de cuidado con el entorno natural donde establecen sus descansaderos para ellos y el ganado, responsabilizándole de la frecuencia de incendios:
«Otrosy, por que acaece a las vezes que de los fatos de los ganados —hato, se refiere al sitio que fuera de las poblaciones eligen los pastores para comer y dormir durante su permanencia allí con el ganado, según una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia Española— se leuantan fuegos e fazen gran daño, mandamos que los de tal fato donde el fuego se leuantare que den preso al que fuere en culpa del fuego, sy non que pechen ellos la dicha pena de sozientos mrs. e doze mrs. para los mayordomos».
No es propósito de esta entrada analizar el ordenamiento jurídico medieval cordobés referido a la conservación de la naturaleza, en el que, salvo cierta permisividad con los carpinteros, sorprende el equilibrio entre explotación y preservación; pero no me resisto a dejar constancia de la obsesión preventiva que llega al extremo de prohibir llevar en verano por el campo utensilios para hacer fuego. Vamos, como si hoy nos prohibieran andar con un mechero en el bolsillo:
«Otrosy, las guardas que para esto fueren puestas sy fallaren algún ombre que andoviere desuariado e traxere yesca y eslabón que los traygan preso e que dé razón cómo andaua, por quel concejo faga sobre ellos lo que su merced fuere, pero que no sea condenado por los fuego sy non oviere algunas conjeturas; pero por le fallar eslabón en el estío pague sesenta mrs. al concejo e doze mrs. al mayordomo».
Que nadie piense que abogamos aquí por la vuelta a esta severidad draconiana en materia de legislación medioambiental. Esto hay que interpretarlo en su propio contexto histórico, de finales de la Edad Media, donde las garantías brillaban por su ausencia y la muerte y el tormento eran moneda de uso corriente. Pero no cabe duda de que este rigor puede ser un aldabonazo a nuestros poderes legislativos, ejecutivo y judicial, lejos aún de nuestra conciencia social generalizada, más sensible y comprometida, ante los atentados contra la naturaleza, como evidencia la impunidad con la que se saldan la mayoría de los incendios provocados y la bajísima tasa de condenas por estos delitos.
Los cordobeses de la Edad Media, al parecer, ya fueron conscientes de la existencia de una ley natural dentro de la cual los elementos de la Naturaleza forman un conjunto armónico que debe ser respetado para no alterar su equilibrio. El desprecio de este precepto nos ha llevado a la crisis ambiental actual que tanta repercusión negativa está teniendo en la calidad de vida del hombre en nuestro planeta. No podemos ignorar esta realidad y de ahí que toda norma de convivencia que contribuya a regular de manera beneficiosa las actuaciones sobre medio ambiente será siempre bienvenida. Y en eso, algunos ordenamientos jurídicos históricos nos dan una lección. Sin duda, por su incidencia y ahínco en su defensa, en medio del difícil equilibrio entre explotación y conservación, con instrumentos preventivos y represivos.
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Un tema muy actual y controvertido el que hoy se toca. Los delitos cometidos contra el medioambiente, nuestra casa de alquiler.
ResponderEliminarComo en otras ocasiones muy acertado D.Luís Enrique, pero como diría el Quijote: Con la Iglesia hemos topado amigo Sancho.
La naturaleza, que es todo lo que reluce bajo el sol que nos alumbra en nuestro planeta Tierra, a donde llegamos los seres humanos desde la época de las cavernas
puestos por quien todo fue hecho, con la intención de crecer y multiplicarnos en todas direcciones.
Y aquí estamos tan ricamente los seres humanos de toda raza y condición.
Surcando los cielos,los mares, las carreteras y el firmamento. Y dejando detrás nuestro un rastro enorme de basura y de desechos que si no lo reciclamos a tiempo, será suficiente causa como para mandarnos otra vez a la nevera, o al cajón de los recuerdos.
Como juguetes rotos que no fuimos capaces de entender el mensaje ni el contenido etimológico del mandato divino. Creced, pero no destruir.
Un detalle importante que se nos quedó olvidado en el caletre de los sueños, lo de tener la casa limpia de basura, y nuestra ropa, y nuestra alma de criaturas inteligentes y soñadoras, hombres y mujeres.
De ambiciones desproporcionadas que nos dejan asmáticos y sin árboles ni abejas que polinicen las flores diseñadas durante millones de años.
Un instante solo en para un Creador que ve pasar el tiempo como en una moviola tirando para adelante y para atrás según convenga.
Es nuestro intelecto D. Luís Enrique, y nuestra capacidad de elección como criaturas conscientes que sabemos distinguir entre el mal y el bien cercano y próximo, en la mayoría de veces.
Quemando el aire, las plantas, la tierra, o ensuciando el mar y los animales.
Con basura o con malos inventos.
Para no ir a ninguna parte, así somos mucha gente que nos llamamos evolucionados y cultos, o incluso modernos y devotos.
La única suerte parece ser que está, en que nos damos cuenta de todo el mal que se hace, y de que somos capaces de contar los daños que crecen a nuestro alrededor por culpa de nuestra avaricia.
La economía, los mercados y todo lo demás.
Como digo, una moviola son los tiempos en las manos de un Creador que nos debe observar haciendo cábalas sobre hasta donde seremos capaces de llegar en la disputa existente entre nuestra conciencia y nuestra avaricia.
Habiendo personas de toda índole y condición.
Un saludo entrañable amigo Luís Enrique.
Juan Martín.