jueves, 10 de noviembre de 2016

La Generación de la Libertad






A raíz de las últimas movilizaciones estudiantiles, como las protestas por la reválida o alguna expresión juvenil de signo político, he desempolvado el artículo que escribiera Luis de Zulueta en el diario El Sol, el 20 de enero de 1931, con el sugerente título de “La generación de la dictadura”. Indudablemente, resulta complicado interpretar la realidad de nuestra juventud desde una perspectiva histórica, pues las estructuras sociales de cada coyuntura histórica condicionan de manera determinante la especificidad de ese grupo social. Sin embargo, como nos ha dicho la británica Mary Beard, flamante premio Princesa de Asturias, debemos ser capaces de “pensar de forma histórica” para no ser “ciudadanos empobrecidos”. Porque el diálogo entre el pasado y el presente —continuando con la historiadora británica—  desafía “ nuestras certidumbres culturales” y puede abrir nuestros ojos a distintas perspectivas. De ahí que sea en estos momentos sumamente interesante la lectura comparada del mencionado artículo del profesor y político reformista que, como pedagogo innovador, conocía bien la idiosincracia juvenil de su época.
Luis de Zulueta comienza haciendo referencia a la generación de jóvenes europeos, desangrados tras la Gran Guerra del 14 y desmoralizados tras la paz, que protagonizaron la primera gran oleada de movilización juvenil que se produjo en Europa. Como escribió Sandra Souto, las vidas de muchos europeos quedaron inevitablemente unidas por los problemas que surgieron como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y que tuvieron un especial impacto en los jóvenes. Las familias se desintegraron, niños y jóvenes se vieron abocados a hacerse autónomos antes de tiempo y, tras la devastación, muchos grupos políticos vieron en la juventud la fuerza dirigente de un futuro renacimiento. Pero además, la guerra —que se había vendido como una gran cruzada por la civilización, Dios y la patria, y que acabó convirtiéndose en el mayor ejemplo conocido hasta entonces de barbarie— llevó a muchos jóvenes a buscar nuevos caminos y soluciones, abandonando los valores sociales tradicionales mantenidos por los adultos. “Esta generación —dirá Luis de Zulueta—, horrorizada, decepcionada, asqueada, ha dejado de creer en sus padres y no sabe todavía lo qué va a legar a sus hijos”. La consecuencia fue una politización cada vez mayor de los jóvenes, un crecimiento de las organizaciones juveniles, siendo protagonistas de la conflictividad social y política del periodo y del desarrollo de nuevos movimientos, como el comunismo, el fascismo o el nazismo.

En España, en esos momentos, no existe una generación de la guerra, al no ser país beligerante, pero nuestro profesor alerta de la peculiaridad de una “generación pareja” a la europea, que no ha conocido otra cosa que la Dictadura y reacciona ante sus mayores con una dureza mucho mayor de lo que sería lógico en el antagonismo generacional. “Un régimen de libertad es para esta nueva generación —dice nuestro articulista— algo que solo tiene existencia en las noticias de países extraños, en las páginas de los libros o en los recuerdos de las personas maduras… Esos hijos nuestros, en sus floridos veinte años, no conocieron jamás la libertad… No han conocido la prensa libre, ni han participado en unas elecciones, ni han conocido un parlamento”. No es necesario mucho esfuerzo para apreciar la diferencia entre aquel pasado y nuestro presente; pero ese es el gran desafío que entraña este aserto histórico de nuestra hemeroteca, abriendo una llaga en nuestra “certidumbre cultural”, porque nuestros jóvenes no tienen conciencia de lo que significa haber nacido y vivido siempre en un régimen de libertad. Y como no conocen lo que representa carecer de libertad, no la valoran; ignoran que esa libertad no ha surgido de manera espontánea, ni ha sido impuesta, sino que ha necesitado ser conquistada. En esta época nuestra, afortunadamente, la libertad suele darse por supuesta. Y esta circunstancia nos puede conducir, especialmente a los jóvenes, a una cierta ligereza en la apreciación de la realidad actual y a la falta de valoración sobre las consecuencias de la misma, sin acordarnos que ese bien supremo del que gozamos está cimentado sobre la vida y la misma sangre de muchos hombres y mujeres que nos precedieron en nuestro devenir histórico. Hoy, por ejemplo, nadie pone en duda que la libertad de prensa “es una piedra angular de los derechos humanos y una garantía de las demás libertades”, como proclamaban las Naciones Unidas en 1999, y lo mismo podríamos hablar de la libertad de pensamiento. Pero los que éramos jóvenes durante el régimen de Franco, aunque fuera en sus años finales, sabemos que son derechos conquistados, arrebatados y, por consiguiente, dado su valor intrínseco, necesitados de seguir defendiendo y protegiendo en favor de nuestra convivencia y armonía social.

Luis de Zulueta contemplaba, sin embargo, una generación de jóvenes que se revuelven y agitan contra ese estado de cosas que le parecen injustas y que limitan su dimensión personal y social. Es la efervescencia del compromiso político que se produce entre los jóvenes de los años 20, desde postulados vinculados a un mito republicano renovado, especialmente entre los jóvenes universitarios, que los enfrenta a las tradicionales élites del poder y que consigue, como bien dicen Eduardo Calleja y Sandra Souto, un nexo de unión emocional entre los jóvenes y los patriarcas de la resistencia antidictatorial como Unamuno, Sánchez Guerra o Macià, radicalizando, potenciando y generalizando la protesta intelectual, acelerando el movimiento antimonárquico y haciéndolo asequible a amplias capas de las clases medias españolas.

Los trabajos de Calleja y Souto, Mº Fernanda Mancebo, José López-Rey o Francisco Caudet han puesto de manifiesto la aspiración general de estudiantes y profesores de contribuir a la renovación de la decaída universidad española y de oponerse a Primo de Rivera, encauzando la agitación estudiantil fundamentalmente a través de la FUE (Federación Universitaria Escolar), de singular importancia en el fin de la Dictadura del General. Unamuno, el Domingo de Pasión de 1929, en plenas huelgas universitarias y desde el exilio en Francia, escribió una carta “A los jóvenes de España” que concluía diciendo: “… salvad España, estudiantes, salvadla de la injusticia… Salvadla, hijos míos, e iré cargado de años y recuerdos a que me acunéis mi último sueño, mi última esperanza, y a descansar en una tierra que habéis hecho hogar espiritual de Libertad, de Verdad y de Justicia”.
Por todo ello, Luis de Zulueta nos dice en su artículo que esa generación “autoritariamente sustraída a la política es una generación política”, que habla de política “con interés, con pasión”,  agrupada en torno al árbol prohibido de la Libertad, porque está “convencida, además, de que sin él no hay bienestar sólido ni orden duradero”. No, no podemos comparar aquella generación horrorizada y decepcionada con la actual juventud nacida en el bienestar social generalizado, consumista y conformista, salvo si les falta el móvil o la PlayStation. No hace falta recurrir a las estadísticas del Observatorio de la Juventud en España, donde apenas alcanza al 30 % de los jóvenes interesados en la política, y en las que ni siquiera el 15-M les motiva pues los sentimientos positivos, superan en poco a la indiferencia, el aburrimiento o la desconfianza.
El creciente distanciamiento que mantienen los jóvenes respecto al sistema político institucional, constituye uno de los rasgos característicos de las sociedades democráticas contemporáneas. No se trata de una oposición frontal al sistema político, sino de algo que puede ser incluso más preocupante como es la acentuación del desinterés, la apatía y la pasividad de las nuevas generaciones cuando se trata de asuntos relacionados con la esfera pública. Y esta es una de las causas de la extendida preocupación por lo que se ha dado en llamar la calidad de la vida democrática, y que, para nosotros, abre incluso serios interrogantes sobre el futuro de nuestra democracia. Porque los jóvenes son el futuro, pero también el presente, pues su fuerza y energía transformadora son necesarias para que las democracias contemporáneas no pierdan el impulso cívico imprescindible para continuar siendo sistemas políticos dinámicos, que puedan responder a los continuos cambios sociales, económicos y culturales de las sociedades avanzadas y, al tiempo, fomentar la participación de los ciudadanos en la esfera pública. En definitiva, para que la democracia no quede reducida a un mero método político, por utilizar la expresión que en su día popularizó J. Schumpeter, limitada a un conjunto de mecanismos y reglas formales para legitimar la selección de los gobernantes y los procesos de toma de decisiones.
Los estudios de sociología política, cuando buscan explicaciones a la apatía o distanciamiento de los jóvenes respecto a la política, insisten en las circunstancias vitales de la juventud en nuestra sociedad desarrollada, caracterizadas por unas condiciones de vida sensiblemente mejores que las de generaciones anteriores, pero contradictoriamente muy dependientes, lo que dificulta su presencia como sujetos autónomos en la esfera pública, así como la asunción de responsabilidades colectivas.
Es un problema cultural de nuestra sociedad, que hay que invertir, reforzando la necesidad de crear las condiciones adecuadas para que los jóvenes adquieran protagonismo en el desarrollo de la comunidad política, si es que queremos apostar por una profundización real de la “calidad” de la democracia. Hay que dar voz a los jóvenes para evitar su salida, decía Hirschman, pues mantenerlos en esa posición secundaria acentuará ese alejamiento, redundando negativamente en la calidad de la vida democrática, tanto presente como futura. Necesitamos la presencia real de los jóvenes en la esfera pública. Necesitamos su fuerza y creatividad para proponer cambios, para dimanizar la sociedad, para transformar la realidad más cercana y cotidiana. Ese es el gran desafío que tienen ante sí las políticas de juventud: fomentar el protagonismo juvenil como medio de desenvolver su potencial como personas. Únicamente así, no sólo tenderíamos a garantizar la calidad de la vida democrática, sino que lograremos, como diría Sousa Santos, democratizar la democracia.
En este panorama de atonía, de escasa vitalidad en el asociacionismo juvenil y en su compromiso político, asoma sin embargo la amenaza de la extrema radicalización, aunque minoritaria, de beligerante intransigencia —véase el escrache a Cebrián y Felipe González en la Universidad Autónoma— que nos recuerda, como una maldición, la errante sombra de Caín de la que hablaba Machado en “Por tierras de España”. No quiero ser pesimista y sólo me gustaría que esta generación aprenda a saborear el aire de libertad que respira, en el que ha nacido. Nuestro Luis de Zulueta concluía su artículo con el vivo deseo de que “esta generación de la Dictadura pueda ser llamada mañana la generación de la libertad”. Su sueño quedó inconcluso, dada la fugacidad de la República, pero otros tomaron el testigo. Yo sólo aspiro a que esta generación, que sí es plenamente de la libertad, no empañe esos sueños de los jóvenes que le precedieron.
    



1 comentario:

  1. Amigo Luis Enrique, que gran profundidad social destila el artículo que hoy nos presentas a todos los que te seguimos y leemos.
    Hoy tenemos de rabiosa actualidad las recientes elecciones en los EEUU, y en la calle se ven manifestaciones de gente de todas las edades, que dicen bien a las claras, que no se sienten representados por el actual presidente.
    En una amalgama de razonamientos, que van desde la inseguridad de todos los emigrantes sin garantías, las mujeres que se han sentido despreciadas por razón de su feminidad, los estamentos sociales sometidos a recortes, y un sin fin de avances sociales que se verán frenados. Si hay que hacer caso a las afirmaciones hechas en la campaña.
    La juventud siempre ha sido la voz del que clama en el desierto.
    Pero quienes ya llevamos unos años de experiencia remando en la galera vemos, que esta sociedad nuestra es como una noria en la que siempre estamos dando vueltas a los mismos problemas.
    Avanzando si se quiere muy poco a poco en los derechos humanos y en el bien estar social en general.
    Ahí tenemos el Mar Mediterráneo convertido en una fosa común que se cobra a diario la muerte de cientos de personas.
    Y la huida constante de gente joven de países que están en quiebra o en una situación de gestión política dictatorial.
    Pero si miramos a nuestro alrededor, amigo Luis Enrique veremos una gran precariedad laboral que afecta a las familias y a los jóvenes, frenando el normal desarrollo de las familias.
    Una forma de pobreza encubierta que limita las esperanzas de futuro de los jóvenes, tal y como han visto vivir a sus padres.
    En un camino inverso del bien estar hacia la pobreza social.
    Siendo hoy que tenemos la juventud más preparada y mejor formada que nunca se pudo imaginar.
    Como siempre agradecido por su generosidad permitiendo, que quienes le seguimos podamos apuntar nuestro parecer en este espacio suyo.
    Un fuerte abrazo.
    Juan Martín.

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